De trenes que se alejan y libros que se acaban
Un tren que parte es la cosa del mundo más semejante a un libro que se acaba.
Galdós (Tormento)
Hoy nos recuerdan que el 28 de octubre de 1848 se puso en marcha la primera línea férrea en España, entre Barcelona y Mataró.
Aprovechamos para recordar el tren y su historia, que es una historia muy nuestra. Porque muchos hemos crecido junto a estaciones, con locomotoras que llegaban, se detenían brevemente y desaparecían en el horizonte, alimentando todas nuestras fantasías. O que traspasaban pantallas entre sheriffs y forajidos, o con historias de pasajeros misteriosos. Y muchos hemos construido el relato de nuestra vida entre encuentros y adioses desde un andén, venciendo nostalgias con la expectación ante la próxima estación.
Pocas invenciones han conmocionado tanto la vida económica, social, intelectual y sentimental de las naciones. Siempre se había reflexionado sobre el paso del tiempo y su caducidad, pero los “caminos de hierro” trajeron un nuevo componente: reflejaban la revolución, el progreso, y trajeron cambios tan complejos que desde el principio la sociedad entera se puso, y muy vehementemente, a favor o en contra de la nueva invención. Aunque siempre desde la más absoluta fascinación ante la locomotora, y la consciencia de que era imparable.
Las estaciones y la densa red de caminos de hierro que se crearía en pocos años cambiaron radicalmente el paisaje de ciudades y campos. Y con ello la industria (la sinergia entre el nuevo medio de transporte y las industrias siderúrgica o minera fue crucial). Y el desarrollo de la vida urbana. Formas de vida. Y un gran etcétera.
Itinerarios y mapas de líneas férreas, fotografías de estaciones, guías turísticas para viajes en tren por España, revistas y gacetas… en la Biblioteca Digital Hispánica tenéis algunas muestras de la conmoción que supuso la espectacular invención, mucho más que un nuevo medio de transporte.
Y, por supuesto, un fenómeno tan espectacular, con implicaciones estéticas, morales y hasta espirituales, no podía dejar indiferentes a poetas, novelistas y escritores.
En la literatura
Fernán Caballero, por ejemplo, ultraconservadora en lo social y político, pero de corazón “ultra joven”, quiere parar el tiempo, y la máquina es el símbolo aterrador del cambio. En Clarín, el tren es el elemento desestabilizador de una familia de aldeanos en Adiós Cordera. Pereda sabe que el cambio es imparable, y por eso se apresura a pintar la civilización que está a punto de desaparecer, arrollada por un nuevo orden cuyo emblema supremo es la locomotora, en Sotileza, en sus Escenas montañesas o en Pedro Sánchez.
Bécquer, nuestro poeta de la evocación y la intimidad, vive la desgarradora tensión entre destrucción y creación, pero desde su fe en el porvenir ve en el tren símbolo de progreso y transmisor de ideas. Por ejemplo en su famoso relato La venta de los gatos, vemos la locomotora como “caballo de raza impaciente, […] culebra negra y monstruosa, que arranca con fragor de ferretería ambulante”. Pero en ese mismo aturdimiento que provoca, “hay algo de la embriaguez de la carrera, algo de lo vertiginoso que tiene lo grande” (en Obras escogidas, pág. 211 y ss.).
Y Galdós, por supuesto.
En el primer capítulo de Doña Perfecta, «¡Villahorrenda!... ¡Cinco minutos!», Pepe Rey desciende al apeadero en una madrugada solitaria, desapacible y fría, del tren mixto. El tren parte y al entrar en un túnel próximo lanza un aullido que resuena en el aire. “Principiaba a amanecer”. Túnel como símbolo de la lentitud del progreso, aunque con un “amanecer” que comienza.
Y, tan diferente a esta escena, la de Amparito Emperador en Tormento, que sentada en el expreso “atendía a las maniobras de la estación y observaba sin chistar los viajeros que, afanados, corrían a buscar puestos; los vendedores de refrescos, de libros y periódicos, las carretillas que transportaban equipajes y el ir y venir presuroso del jefe y los empleados. Deseaba que el tren echase a correr pronto. La inmensa dicha que sentía parecíale una felicidad provisional mientras la máquina estuviese parada”. Son sólo algunos ejemplos de la fascinación que reflejaron en sus personajes algunos de nuestros escritores más ilustres.
Y hoy, que vivimos instalados en el cambio, con la velocidad precisamente como elemento que nos mantiene estables, seguimos dejándonos cautivar por todo lo que evoca una estación, un andén, y un tren que se pierde en el horizonte.
Me ha encantado este post. ¡Felicidades!