No tardaría en labrarse un nombre en la escena francesa; llegó a actuar, en 1861, ante Napoleón III en el Palacio de las Tullerías. Posteriormente, sus exitosos recitales en ciudades europeas y americanas como Berlín, Leipzig, Moscú, San Petersburgo, Boston, Nueva York, Valparaíso, Río de Janeiro y Buenos Aires le reportarían fama mundial. Esta frenética movilidad internacional es característica de la figura del virtuoso decimonónico; Liszt, Paganini o, entre nosotros, Isaac Albéniz son buena prueba de ello.
En Sarasate hay que distinguir dos facetas, la de intérprete y la de compositor. Respecto a la primera, en su repertorio para violín y orquesta figuraban los conciertos de Beethoven, Mendelssohn y Mozart, así como piezas escritas para él por, entre otros, Saint-Säens, Édouard Lalo o Max Bruch. También solía ejecutar música de cámara de Bach, Beethoven, Schubert, Schumann y el húngaro Carl Goldmark.
Publicada por editores europeos de la nombradía del alemán Simrock y el francés Durand, su obra propia consta de fantasías operísticas, piezas de salón, fantasías de raigambre folclórica europea y danzas y cantos de carácter español; en este último grupo se encuadra la Jota de San Fermín, de la cual la Biblioteca Nacional conserva un manuscrito autógrafo. Sus composiciones son sencillas y, por lo general, basadas en material melódico ajeno; en ningún momento moldeó obras que respondieran a las formas clásicas, como la sonata y el concierto. Fueron piezas enormemente populares en España y, más aún, en el extranjero, que han formado parte del repertorio de los grandes violinistas —y de otros instrumentistas— hasta la actualidad.
(Departamento de Música y Audiovisuales)