Las modistillas y el concurso del vestido de cuatro pesetas
Las modistillas y el concurso del vestido de cuatro pesetas
3 de Agosto de 2022
Contaba la gran periodista Josefina Carabias que una vez fue a entrevistar a su casa a Clara Campoamor y se sorprendió de no encontrarla en su despacho, sino sentada en una sillita baja con unas tijeras en una mano y un traje a cuadros en la otra:
- Pero, ¿cómo? ¿Usted cose?
- ¿Y por qué no? La verdad es que ahora coso poco porque no tengo tiempo. Pero antes... Antes he hecho muchos vestidos, y no para mí precisamente.
- ¿Sí?
- Sí. Antes de ser abogada, yo he sido muchas cosas; entre otras, modista. Bueno, tanto como modista... pongamos modistilla.
Clara Campoamor, entrevistada por Josefina Carabias en la revista Crónica en 1934
El reportaje publicado en la revista Crónica, titulado precisamente Cuando yo era modistilla, recordaba la dura niñez de la diputada republicana, una muchacha huérfana de padre que a los 11 años había entrado a trabajar en un taller de confección.
La ocupación de Clara Campoamor niña era de lo más común. En aquellos últimos años del siglo XIX y primeros del XX Madrid era la ciudad de las modistillas y cientos de muchachas acudían el día del santo a la ermita de San Antonio de la Florida cargadas de alfileres para echarlos en la pila de agua bendita en busca de novios.
En 1932 aquello quedaba un poco lejos para quien era ya la heroína feminista que había llevado a la Constitución republicana el derecho al voto de la mujer. Pero Madrid no había dejado de ser una ciudad de modistillas y prueba de ello fue el enorme éxito que tuvo el concurso convocado por la revista Estampa con motivo de la popular verbena de la Paloma. Se trataba de confeccionar un vestido elegante cuyo coste no superara las cuatro pesetas. Moda barata para un tiempo de novedades políticas pero de crisis económica.
Cuatro pesetas era el jornal diario de una joven trabajadora, el coste de un kilo de carne, el precio de la butaca en un teatro o de una carrera de taxi. Una pequeña cantidad que ponía a prueba la imaginación de las profesionales o aficionadas a pasar el tiempo entre costuras.
El concurso de la revista iba dirigido a:
Mecanógrafas y modistas, planchadoras o maniquíes, sastras, dependientas de comercio, bordadoras, camiseras, oficinistas, tenedoras de libros, obreras. Las que lleváis sombrero con tanta distinción y con más gracia que las duquesas, las que aureoláis vuestra cabeza con el españolísimo velo de tul, las que permanecéis fieles al airoso mantoncillo de crespón.
Anuncio del concurso del vestido de cuatro pesetas en la revista Estampa
En las bases se especificaba que las participantes debían desfilar ante un jurado de expertos la noche del concurso con el traje de su propia confección, cuyo coste total no podía pasar de cuatro pesetas, que los vestidos debían ser de tela, que estaban prohibidos los adornos y joyas, excepto los de cabeza y calzado, si su coste no estaba incluido en las cuatro pesetas, que se tendrían en cuenta los méritos artísticos (combinación de colores, originalidad, modernidad de la hechura, perfección del corte…) así como los méritos económicos, dándose preferencia al vestido que costara menos.
Los premios eran tres: el primero un espléndido mantón de Manila, cuyo coste era de 1.000 pesetas, un segundo de 500 y un tercero de 250 pesetas.
Durante el mes de julio y hasta el 13 de agosto, fecha del concurso, la revista Estampa fue animando a la participación con reportajes del entonces joven periodista Luis González de Linares, quien tuvo la idea y quien años después haría una brillante carrera llegando a ser director de la revista Semana y del diario As.
Este es un párrafo de uno de sus reportajes:
La imaginación femenina puesta al servicio de su coquetería puede triunfar de la pobreza de la materia… ¿Quién puede decir hoy que la elegancia está en proporción directa del dinero que se le dedica? Aquella dama cursi y estrepitosa, cuajada de alhajas, destina para su vestuario un presupuesto que bastaría al sustento de diez familias; esa muchacha, que sin ser bella hace volver la cabeza a hombres y mujeres, luce un traje maravilloso, un traje tan para ella, que ninguna otra podría vestirlo, y sin el cual sería una mujer vulgar, insignificante. Pregúntele usted lo que le ha costado, y ella responderá que compró un trozo de percalina, que con unos adornos viejos de otro traje y una larga noche de vela y de afán creador, el milagro se produjo.
En otra de sus entregas para fomentar la participación en el concurso el periodista escribió:
Señorita, ¿quiere usted casarse enseguida? Pues demuestre que sabe hacer un bonito vestido de cuatro pesetas… No hace falta tener dinero para demostrar que se posee un depurado buen gusto. Casi todos los vestidos que reproducen las grandes revistas de modas pueden ser copiados por una cantidad ínfima.
En esta ocasión el artículo iba acompañado de fotos de actrices de Hollywood con vestidos de lujo que podían ser imitados con materiales baratos como purpurina o papel de plata.
Actrices de Hollywood con vestidos lujosos para imitar utilizando materiales baratos
Poco antes de la fecha del concurso, la convocatoria era todo un éxito. Se acabaron los paseos, la verbena y el cine. Las chicas se pasaban las horas libres buscando telas baratas, cortando y cosiendo. Con más de 200 chicas inscritas, un grupo de ellas contaba al reportero su aventura:
- Es que andamos locas con esto del concurso. No comemos, ni dormimos, ni sosegamos. Pero diga usted que nos reímos mucho. Si nos viera cuando vamos recorriendo las estaciones.
- ¿Las estaciones?
- Así llamamos a las tiendas. Figúrese que vamos a todas, hasta a las más elegantes, pidiendo tela que no pase de dos reales metro. En la mayoría no hacemos más que entrar y salir, por eso le decimos las estaciones. Los dependientes no echan.
- No lo creo…
- Bueno, al principio, luego somos nosotras las que tenemos que echarlos a ellos.
En esta imagen se ve al grupo de muchachas posando para la revista enhebrando la aguja:
Un grupo de chicas enhebrando la aguja de coser posa para la revista Estampa
Por fin llegó el día. La noche del 13 de agosto en la verbena de la Paloma, que se celebraba en el cine al aire libre de la calle Jerte, junto a San Francisco el Grande, en el barrio más castizo de Madrid. Un total de 240 muchachas se habían inscrito y no todas madrileñas, Había de Valencia e incluso escribieron a la revista de Mallorca por si podían enviar el traje por correo, lo que no era posible porque era obligatorio que el vestido fuera exhibido por su creadora.
Al día siguiente, en el diario Ahora, de la misma empresa editora que Estampa, la periodista Josefina Carabias describía el ambiente de la noche anterior, con un lleno total para ver a las concursantes, que eran ovacionadas cuando desfilaban si el vestido era del gusto del público:
Tal es la aglomeración de gente que se ha reunido aquí para ver a estas chicas que no hay forma de fijarse detenidamente en cada una. Al principio nos cuesta un poco de trabajo creer que estos trajes tan elegantes, tan primorosos, de tarde, de noche, de playa, no hayan costado más de cuatro pesetas—¡son tan bonitos y lucen tanto!—; pero al acercarnos se desvanece nuestra duda. Todos están confeccionados con telas malísimas, pero amorosamente trabajadas por estas muchachas, que son la alegría y el orgullo de Madrid. Todas han derrochado gracia, gusto, distinción, trabajo, todo menos dinero…
Al final de la velada, la periodista informaba de las dificultades del jurado para elegir a las ganadoras y daba cuenta de sus nombres y de sus creaciones. Aparte de los tres premiados, el jurado destacó la labor de otros 26 vestidos:
El primer premio es un precioso traje blanco, pintado a mano, modelo de buen gusto, elegancia y sencillez. Su coste total no pasa de tres pesetas. El segundo es un bello traje de noche de tul blanco y negro. Consta de siete metros de tela, cuyo importe asciende a tres pesetas sesenta y cinco céntimos. El tercer premio ha sido adjudicado a un elegante vestido de noche de percal estampado blanco y negro, cuyo valor es 3,35 pesetas.
Las ganadoras y sus vestidos pudieron verse en la edición de la revista Estampa del día 20: Maruja Alonso, primer premio, Alma Monroy, segundo, y Petra Martín, tercero:
Las ganadoras del concurso del vestido de cuatro pesetas, exhibiendo sus creaciones en Estampa
Maruja Alonso, ganadora del concurso, pintando al temple su vestido
Maruja Alonso, ganadora del mantón de Manila, era una joven deportista, nadadora y miembro de un equipo de remo, que trabajaba desde hacía cinco años en un taller de confección. A juicio del jurado, según recogía la revista:
Su vestido era el primer premio indiscutible porque unía a la perfección del corte una nota personal, algo que no podía haber sido ni copiado ni inspirado por ningún figurín. Con una gran habilidad y un sentido perfecto de la armonía del color y de la técnica decorativa moderna, su creadora había pintado al temple un cuadriculado originalísimo en tonos muy bellos y muy delicados. El traje no podía ser más sencillo, y su coste no llegaba a tres pesetas. Una maravilla de verdadera y sencilla elegancia; un alarde de ingeniosidad y de perfecta asimilación de las más puras orientaciones del arte decorativo moderno.
En esta fotografía se puede ver a la ganadora pintando al temple su traje:
Maruja Alonso tardó dos días en hacer el vestido y una noche en pintarlo. Para confeccionarlo empleó cuatro metros y medio de batista, a sesenta céntimos metro, diez céntimos de minio, diez céntimos de azul y diez céntimos de goma.
Rebosante de felicidad entabla la siguiente conversación con el periodista:
- Supongo que los hombres se habrán convencido de que las mujeres somos muy económicas.
- Sin duda alguna. Y todos los solteros van a querer casarse inmediatamente.
‑ Pero nosotras no les vamos a hacer caso. Ya que ustedes los hombres nos han puesto en el trance de demostrar nuestras virtudes económicas, nosotras les vamos a aplicar la ley del Talión.
- ¿Eh?
- Sí. sí... Yo, por lo menos, no estoy dispuesta a hacer caso a ningún muchacho mientras no me demuestre que con cuatro pesetas de tela encima del cuerpo puede circular decorosamente por las calles de Madrid.
El concurso del vestido de cuatro pesetas tuvo un éxito extraordinario en toda España. Con distintos patrocinadores, numerosas capitales de provincia y localidades celebraron concursos análogos durante los años previos a la Guerra Civil. La propia revista Estampa siguió haciéndolo en Madrid dos años más con mayor espectacularidad, dado que el lugar elegido para los desfiles fue la playa de Madrid, que era un embalse creado a orillas del río Manzanares a la altura de donde se encuentra ahora el hipódromo de la Zarzuela. Las concursantes lucieron sus creaciones cruzando de orilla a orilla una pasarela de 30 metros tendida sobre barcas mientras eras aplaudidas por miles de espectadores.
En esta fotografía de los preparativos del concurso de 1933 se ve a una joven sentada a la máquina de coser rodeada de modistillas explicando al periodista cómo se puede confeccionar un vestido elegante por menos de cuatro pesetas.
Una joven explica al periodista cómo confeccionar un vestido barato, en la segunda edición del concurso en Madrid.
En esta otra imagen aparece la muchacha que ganó en esta ocasión el premio luciendo su vestido.
La ganadora de la segunda edición del concurso luciendo su creación.
Y del concurso de 1934, último que organizó la revista Estampa, son estas fotografías en las que se aprecia la meticulosidad con que los miembros del jurado se tomaban su trabajo. A la izquierda aparece la gran periodista Magda Donato, experta en moda, y a su derecha el reputado modisto Jerome, palpando la tela del vestido de una de las concursantes.
Miembros del jurado examinando los vestidos de las concursantes, en la tercera edición del concurso.
Luis González de Linares, que había sido el inspirador del concurso en Estampa, fichó como redactor jefe por la revista Crónica y a partir de entonces la popular competición de modistillas dejó de celebrarse.
Crónica se hizo eco, sin embargo, de la última edición de 1934 publicando una fotografía de las ganadoras del concurso y un artículo que expresaba bien el delicado misterio de las mejores creaciones de la moda, creaciones que son verdaderas obras de arte:
No hace falta más que un poco de fantasía. En realidad, en el dorado mundo de las elegancias lo que se paga es eso: la fantasía de los creadores de modas. La parte material del vestido no vale nunca esa cantidad fabulosa que se hacen pagar los modistos por un «modelo Marlene Dietrich». Pero un modisto es un artista. Lo que se paga es su arte. Arte para poner una flor a la altura del hombro o para elegir el tono de color preciso. Las muchachas que se han presentado este año al «Concurso del vestido de cuatro pesetas» han demostrado casi todas que ellas no tienen nada que envidiar en cuanto a facultades artísticas y creadoras a las primeras firmas de la elegancia.
En el centro, las triunfadoras del último concurso organizado por la revista Estampa en 1934.