Cuando los pavos andaban por la calle
A juzgar por tantas expresiones que tenemos en nuestra lengua con la palabra pavo, como: eso no es moco de pavo, la edad del pavo, pelar la pava, se le ha subido el pavo, se pavonea…cualquiera diría que este ave de corral ha tenido un gran protagonismo en nuestra cultura y costumbres. De hecho es así porque hasta hace bien poco cuando se aproximaba la Nochebuena las calles y plazas de las ciudades se llenaban de bandadas de pavos para su venta. Ellos siempre volvían por Navidad.
Originario de América, donde los nativos mexicanos le llamaban guajolote, los españoles le llamaron gallina de Indias pero acabó llamándose pavo por su parecido con el pavo real común. Al ser de gran tamaño, con un peso medio de 10 kilos, más grande que los gansos o los pollos, y necesitar un tiempo de engorde menor era ideal para alimentar a toda la familia en una fecha tan señalada como la Nochebuena. Tanto en España como en Europa era ya un manjar tradicional propio de esos días en el siglo XIX, y el ‘Cuento de Navidad’ de Charles Dickens contribuyó no poco a popularizarlo.
En la prensa histórica hay infinidad de relatos, anécdotas y chascarrillos con el pavo como protagonista. Para la Navidad de 1885 el renombrado periodista Fernanflor escribió en La Ilustración ibérica un diálogo con una graciosa alusión a los escaparates de un conocido restaurante y a la sabrosa receta del pavo trufado:
Se acerca la Noche Buena. Los pavos cruzan ya sombríamente las calles. Delante de casa de Lhardy se paró, ayer, una bandada de ellos... Un dependiente salió y preguntó al pavero:
— ¿Qué quieren esos pavos?
Y contestó el pavero:
—¡Están encantados de ver esas trufas!
En este grabado de la Ilustración artística vemos a los paveros guiando la manada de aves de camino a la ciudad en la Navidad de 1899:

En la revista ¡Adelante! hay un chispeante diálogo de comedia con el pavo navideño como motivo: don Daniel y doña Mariquilla, matrimonio castizo, salen a la calle a comprar uno:
—Oiga, señor pavero, ¿A qué precio están este año los pavos?
—Pus verá usted, señora, los hay de todos precios. Este es un artículo como las señoras: depende de la clase.
—Entonces, dejando a un lado la chunga, busque uno como mi marido; quiero decir de clase media.
—Mariquilla, ten cuidado con las indirectas, porque no te permito pitorreos.
¡Haya paz, señores! ¿Les gusta éste?
—Parece que está flaco y tristón. Tiéntalo, Daniel.
— ¡Rediez, flaco! ¡Si tiene más muslos y pechuga que muchas cupletistas; y lo de triste dependerá, seguramente, del fin que le espera!
¿Y en qué consiste que tiene tan poco moco?
—Será porque acaba de sonarse.
—Terminemos. ¿Cuánto vale?
—Treinta reales.
—Como éstos. Daniel, arrea, para casa.

En 1887, debido a la viruela que afectaba a los pavos y que se había propagado por algunos lugares de España, el alcalde de Madrid impidió que los paveros y sus aves entraran en la capital. La venta debía efectuarse en las afueras después de que los veterinarios hubiesen certificado la salud de los animales.
El Imparcial, uno de los diarios más influyentes, incluyó un comentario a la noticia en su portada:
Está muy bien mandado, Sr. Abascal. La salud pública exige ese ataque a las libertades innatas en los pavos. El contagio varioloso alarma a las personas tímidas y los pavos siempre fueron sospechosos de propagandistas…Y que la prohibición favorece a los pavos, aunque los ofenda en su amor propio, puesto que quitándoles de la vista de los gulosos será menor el número de las víctimas de la gastronomía.
Tras escrupulosas inspecciones no se detectó ningún caso de viruela en los pavos traídos a Madrid, lo que hizo exclamar a un periódico satírico como El Cabecilla:
Lo peor es que ni con garantía se podrán comer. Y no por sobra de gana. Sino por falta de dinero. Pero, qué importa, si lo come el Gobierno. ¿No dicen que el Gobierno representa al país? Pues comiéndolo él, satisfechos debemos de quedar los demás. Después de todo, ¡bien caro nos cuesta el dichoso pavo ministerial!
En La Ilustración católica publicaron esa Navidad un dibujo del ambiente navideño del mercadillo de la Plaza Mayor, aunque debía de ser de otro año porque, aparte de los puestos de turrón y otros, se ven pavos sueltos y en 1887 no se vendieron en ese lugar de venta tradicional sino en las afueras:

Exceptuando ese año y puede que algún otro debido a la viruela, era normal que los pavos en Madrid se vendieran en la Plaza Mayor o en la de Santa Cruz, aunque la transacción también se podía hacer en cualquier lugar al paso de la manada. En esta imagen de La Ilustración Española y Americana se ve la venta de las aves en las navidades de 1894 en otra plaza, junto al Mercado de los Mostenses.
Había quien compraba el pavo a buen precio semanas antes de Navidad para ir engordándolo y que estuviera bien cebado para esas fechas. En 1875 un escritor relató en el diario El Globo la triste vida de uno de ellos:
Lo conocí vivo cuando lo compraron en la calle y lo trajeron a casa suspendido de una cuerda por ambas patas…Aquel mismo día lo trasladaron a la buhardilla trastera, que es alegre y tiene luz y aire y allí le pusieron en una limpia cazuela mendrugos de pan, tronchos de verdura y otras menudencias muy de su gusto. Allí subía todas las mañanas la cocinera y le introducía unas cuantas nueces en el buche, espectáculo que contemplaban asombradas dos o tres gallinas, condenadas, como él, a prematura muerte. Y dueño y señor de aquella elevada ínsula, que él soñaba corral para satisfacción propia, vivió más de un mes engordando, engordando y haciendo oír entre el cacareo de sus compañeras las inarmónicas notas de ese canto con que parecen los pavos repetir apresuradamente su nombre.

La capacidad del pavo para crear metáforas en nuestra lengua también tuvo su reflejo en la lucha política por el poder. Para las navidades de 1889 El Motín, un semanario con una considerable carga satírica, publicó el dibujo de un enorme pavo que se disputaban los políticos del momento:

El Motín identificaba a los personajes de la caricatura en la página siguiente:
Por puro patriotismo, por amor entrañable a las instituciones, Cánovas y Sagasta se disputan el presupuesto, o lo que es lo mismo, tratan de apoderarse del pavo de Navidad. Para que Cánovas no lo consiga, el posibilismo, representado por Castelar, y la minoría republicana de las Cortes que Pedregal dirige, le detienen, mientras que Martos y Romero, en nombre de la conjura, hacen lo propio con Sagasta. ¿Quién se comerá el pavo? Lo único que se sabe es que lo pagará un pobre desangrado y hambriento: el país.
Ya en el siglo XX, en El Mentidero, otro semanario satírico que gozó de gran popularidad y tirada, se puede leer en la Navidad de 1921 un artículo con el título de ‘¡Pobres pavos!’ en el que se refleja lo que era ya una tradición consolidada:
Ya han llegado a Madrid las caravanas de esas pobres aves de papada caída y mirada triste, destinadas a adornar las mesas de la gente burguesa en la clásica cena de Nochebuena o en el no menos clásico almuerzo de Navidad… Sus padres pasaron por nuestras calles con la misma indiferencia, y lo mismo ocurrirá con sus hijos y sus nietos. Pavo hay que tiene enterrados en los estómagos madrileños veinte o treinta generaciones de ascendientes, y jamás consignaron aquéllos en sus memorias ni un sólo recuerdo honroso para Madrid. Todos se aburrieron de lo lindo paseando por calles y plazas, sucias y mal empedradas, y acabaron por recibir la muerte como una liberación.
De las navidades de 1933 es esta espectacular foto publicada en Mundo Gráfico en la que una manada de pavos cruza por el centro de Madrid camino de alguna plaza.

Tan familiar había llegado a ser la presencia del pavo en el hogar que en la revista Crónica se publicó la historieta cómica de uno de ellos, de nombre Facundo, que había pasado tres años de casa en casa porque a todos les daba lástima matarlo. Al final murió de muerte natural, de pulmonía porque su último dueño había dejado una ventana abierta en plena noche invernal.
En uno de los dibujos que acompaña a la historieta se ve a la mujer de un maestro que tiene a Facundo agarrado por el cuello con un cuchillo y un barreño de agua caliente a sus pies. Está todo preparado, pero la mujer se niega a matarlo porque no podía ver la sangre y el marido tampoco se atreve.

Fuera de cuentos, la realidad es que se comían pavos y otras viandas a mansalva en las fiestas navideñas. Como prueba, esta noticia referente a Madrid publicada por el diario Ahora en 1935:
Por una estadística oficial que nos brindan, vemos que en uno de los últimos años se vendieron en estos días de Navidad: 62.000 pavos, 89.000 pollos y gallinas, 165.000 kilos de pescados, 80.000 kilos de Jamón, 59.400 kilos de frutas, entre granadas, plátanos, naranjas, batatas, uvas, etc., 400.000 kilos de turrón, 49.000 de mazapanes de Toledo, y 123.000 de confituras, entre peladillas, almendras garrapiñadas, etc.
Aunque no es un hogar español, sino el de una estrella de cine alemana, merece la pena ver esta jugosa portada del número de diciembre de 1933 de la revista de gastronomía Marmitón con Lilian Harvey trinchando el pavo de Navidad.

También en el número de diciembre de 1915 en El Gorro blanco, una de las revistas gastronómicas de mayor difusión de la época, se explica que el pavo simplemente asado no es suficientemente jugoso y por eso se sazona y rellena. Quien esté interesado puede leer en la página 3 una sugerente receta de pavo trufado.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, con las mejoras sanitarias y el desarrollo en general, los pavos fueron desapareciendo paulatinamente de las calles. Tampoco ya es el rey indiscutible de estas fechas. Otros alimentos comparten protagonismo o lo han desbancado de la mesa de Nochebuena o Navidad.
En lo que parece no haber perdido prestigio es en su capacidad para generar modismos y expresiones singulares en la lengua. Del tiempo en que el pavo valía 5 pesetas, es decir un duro, provenía la costumbre de llamar a esta moneda un pavo, y la costumbre no se ha perdido: ahora es un euro el pavo.