Miguel también estudió medicina en la Universidad Literaria de Barcelona, en la que se licenció en 1881. Fue entonces cuando ejerció un tiempo cómo médico del Cuerpo de Sanidad Militar en Barcelona, que pronto abandonó por la estricta jerarquía y las supuestas desavenencias con sus superiores. Fue entonces cuando se retiró a un pequeño pueblo del Bajo Penedés, Sant Jaume dels Domenys, a ejercer la profesión en un ambiente tranquilo.

En 1887 regresó a Barcelona, donde abrió su propia consulta de Medicina General. Sus experiencias como tocólogo en aquel piso de la Plaza Urquinaona le sirvieron para investigar y especializarse en obstetricia, dando como resultado la tesis doctoral Disertación sobre la eclampsia gravídica, con la que se doctoró en Medicina y Cirugía en 1895 por la Universidad Central de Madrid.

A partir de entonces y como "profesor libre de obstetricia" (así se autodenominó), comenzó a publicar obras sobre cuestiones referidas a la sexualidad, el embarazo y al parto. En consonancia con las tesis higienistas de la época, quiso hacer de la medicina una práctica tanto científica como de ordenamiento social. Al hablar sobre morfología, diagnósticos, medicamentos, intervenciones quirúrgicas o tipos de virus y bacterias; pero también de frigidez, masturbación, promiscuidad o maternidad en sus textos médicos, aunó la labor del físico o fisiólogo con la del catecismo moral, aunque siempre basándose en la experiencia profesional con el correspondiente rigor. Por ejemplo, en un momento en que la práctica de esterilización de instrumentos y las medidas antisépticas estaban aún poco extendidas en los reconocimientos vaginales, dedicó panfletos divulgativos a recomendar medidas profilácticas y terapéuticas que evitasen las infecciones durante el parto. Contribuyó así a desmitificar la creencia de que existían enfermedades autogénicas en las parturientas, lo que las culpaba de su propia muerte por septicemia puerperal.

La adición a la morfina, la sífilis, el alcoholismo o el tabaquismo fueron también objetos de investigación y reflexión del doctor. A fin de cuentas, el propósito y la preocupación de Miguel Maseras y Ribera fue combatir lo que él mismo denominó como causas de insalubridad pública. Enseñar y predicar la higiene, el aire libre, el descanso, la buena alimentación y la moderación de las pasiones e instintos fueron sus argumentos más recursivos.

Hombre leído y culto, no es de extrañar que sus intereses fuesen mucho más allá de la práctica médica durante sus últimos años de vida. Las cuestiones filosóficas y antropológicas (de la cosmología a la deontología pasando por la religión católica, el problema mente-cuerpo o la psicología evolutiva) también forman parte de su obra, tal y como recoge El Microcosmos, una especie de tratado del hombre que el mismo autor dona autografiado a la Biblioteca Nacional en 1931.

Falleció en 1934, en Barcelona, a los 76 años.

(Servicio de Información Bibliográfica)