De vuelta a la capital inició su carrera periodística junto a Fernanflor, y en 1866 empezó a trabajar como redactor de La España, del que llegaría a ser director. Conservador convencido y convincente, defendería su causa y atacaría a la República desde sus tribunas en El Diario del Pueblo, La Gorda y muchas otras cabeceras. En 1869 fue apaleado en la misma redacción de El Siglo y decidió exiliarse. Ya con la Restauración ocupó altos puestos gubernamentales, hasta que, según se comentó, un encontronazo con Cánovas del Castillo debido a que este corrigió uno de sus decretos, hizo que abandonara la política para dedicarse plenamente a la escritura.
En su labor como cronista fue principalmente reconocido por sus textos en La Ilustración Española y Americana, una colaboración que se alargó durante 34 años y que llegó a los 1.600 artículos, en los que trataba temas de actualidad con un tono sarcástico y elegante. Además de comentarista, también probó suerte como poeta lírico, aunque en este caso sin demasiada fortuna. Mejor acogida tuvieron algunas de sus obras de teatro, caso de la comedia Los espíritus (1874), La estrella roja (1890), El espantajo (1894), ambas representadas en el Teatro Español, y el drama humano Dos hijos (1897).
También sería popular por cuestiones no del todo literarias, como su largo enfrentamiento con Clarín, con quien compartía un aborrecimiento mutuo, aunque el gran escritor y crítico siempre le apreció como autor por su frescura y encanto. Una faceta destacada en su trayectoria por la que todavía se le valora es su condición de gran cuentista, muy en la estela de Dickens, al que adaptó desde un enfoque costumbrista. Su libro recopilatorio Cuentos, publicado en 1879, contiene algunos títulos como “Un crimen científico” y “M. Dansant, médico aerópata” por los que se le considera el pionero de la ciencia ficción en la literatura española.
(Servicio de Información Bibliográfica)