Fue soldado durante la guerra de Cuba y encarcelado durante dos años en la dura prisión del castillo de la Cabaña (la Habana), de la que saldría marcado, por haber publicado unas crónicas periodísticas criticando la política cruel y represiva del general Weyler contra los insurrectos y abogando por la autonomía de Cuba, todo ello bajo el seudónimo de Escipión y desde las columnas de El País en 1896. A su vuelta a España se dedicó al periodismo. En 1903 se traslada a Zaragoza donde permanece un año dirigiendo El Progreso. Anduvo de redactor de El Imparcial y su corresponsal en París. Colaboró en revistas como Electra o Germinal y en otros periódicos como España nueva, El Liberal, El Pueblo o el Sol. Su periodismo era de muy diverso signo, desde críticas y reseñas culturales a reportajes y artículos de fondo.
Retrato de la sociedad
Cuatro libros, más autobiográficos que novelescos, fueron publicados entre 1903 y 1907. Del encierro en la prisión de la Cabaña surgió su El libro de la vida trágica: del Cautiverio (1903), testimonio autobiográfico de impresionante sinceridad pero de gran objetividad. A este siguieron otras tres obras formando una tetralogía; El libro de la crueldad: del Cuartel y de la guerra (1906), texto demoledor en las que ponía al descubierto la vida de los cuarteles y su actitud antimilitarista; El libro de la vida doliente: del hospital (1906); y El libro de la decadencia: del periódico y la política (1907), este último es más un ajuste de cuentas con varios prohombres de la política y de la prensa republicana.
Los cuatro constituyeron un retrato de la sociedad española de finales del XIX y principios del siglo XX, por alguien que había sufrido personalmente los hechos que cuenta.
Entre los libros reportaje de asunto social y político estarían: Los vencedores (1908) de estilo periodístico aunque apareció con el subtítulo “novela”, pues en él hay una mayor recreación literaria, y Los vencidos (1910) que fue el libro más perseguido del autor quizás por su tono muy combativo. Entre la paz y la guerra (Marruecos), de 1912, es una reflexión sobre la situación de Marruecos, el colonialismo y el horror de la guerra.
Entre su primera novela de estilo modernista El vicario (1905), una auténtica tragedia, y la última, Los caimanes (1931), una de sus mejores escritas, podemos citar: La romería (1912) y Villavieja (1914), ambas de denuncia social sobre la realidad de una sociedad pobre y analfabeta y un sistema corrompido. En El juez que perdió la conciencia (1925) nos relata sus propias experiencias como candidato a las elecciones de 1923 y en las que denuncia el caciquismo que imperaba en la España de entonces; y Circe y el poeta (1926), obra muy deshilvanada y donde abundan también los rasgos autobiográficos.
Entre los ensayos históricos y de divulgación estarían: Los dioses y los héroes: mitología popular: oriental, greco-romana, escandinava, celto-ibera, americana en colaboración con F. Peyró Carrió (1912); Joaquín Costa, el gran fracasado (1930) y Joaquín Costa (1934), un homenaje a su persona y a lo que significó; y España bajo la dinastía de los Borbones (1932), con un estilo de crónica periodística y con una visión muy subjetiva y pesimista de la historia de España.
La gran cualidad de Ciges como escritor fue su portentosa capacidad para observar la realidad y su objetividad a la hora de plasmarla
Como traductor, tradujo las obras de Ruskin y de Anatole France. Después de proclamarse la República intensifica su actividad en la política y entre otros cargos fue gobernador civil en las Baleares, Santander y, por último, en Ávila donde fue fusilado en los primeros días de agosto de 1936 por las tropas sublevadas
(Servicio de Información Bibliográfica)