Diccionarios

Portada del Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española

Diccionario de la lengua castellana

Desde el siglo XV comienzan a imprimirse en Europa diccionarios, con frecuencia bilingües e incluso trilingües, en los que se combinan el latín y las lenguas vulgares. Suelen estar destinados a facilitar la enseñanza del latín a través de una lengua vulgar, aunque también empiezan a surgir obras en varias lenguas vulgares. Buenos ejemplos de este primer periodo de la lexicografía de las lenguas modernas son obras como el Vocabularius optimus, elaborado por la Universidad de Basilea e impreso en Augsburgo en 1474, o el Gemmula linguarum, impreso en los Países Bajos catorce años más tarde.


En este contexto podemos ubicar la aparición en 1492 del Dictionarium latino-hispanicum de Antonio de Nebrija, cuya versión inversa, el Dictionarium hispano-latinum, si bien carece de colofón, suele ser situada por los especialistas en 1495. Los diccionarios funcionan como complemento a las gramáticas respectivas y son muestra de la evolución de la obra de Nebrija hacia una conciencia mayor de la lengua española como de cultura, sin abandonar totalmente la preferencia por el latín, propia del Humanismo. A modo de curiosidad, recordemos que en ambos se incluye el primer americanismo, canoa, identificado con el latín monoxylum y descrito como “nave de madera”. Del mismo periodo es el Universal vocabulario de Alfonso de Palencia, de 1490, el primer gran diccionario latín-romance impreso, tristemente olvidado tras la aparición de la obra de Nebrija. Para el gran hispanista Gili Gaya su valor reside, más allá de la importancia concedida a la lengua vulgar, en superar los límites de los glosarios medievales, aportando explicaciones que lo acercan a los antiguos diccionarios enciclopédicos de humanidades grecolatinas.


Los siguientes dos siglos serán ricos en producción lexicográfica, con la aparición de hitos de la disciplina como el Tesoro de la lengua castellana, o española, de Sebastián de Covarrubias, en 1611, o su continuación por Juan Francisco de Ayala, Tesoro de la lengua castellana, en que se añaden muchos vocablos, etimologías y advertencias sobre el que escrivio el doctíssimo Don Sebastian de Cobarruvias, conservada en la BNE en un manuscrito de 1639. Ya en el siglo XVIII la Real Academia Española publicará su primer gran Diccionario de la lengua castellana, en seis volúmenes, que inaugurará una larga y fructífera tradición.


Y, muy anterior a estos últimos y en la línea de las obras que ya abandonan el latín como lengua de referencia, merece la pena recordar obras como el Arte para ligeramente saber la lengua arauiga, de Pedro de Alcalá, el primer ejemplo de cartilla para aprender a leer basada en oraciones como textos modélicos y, al mismo tiempo, el primer diccionario destinado a traducir el árabe a una lengua moderna.