Desde que el honorable Cuerpo, actualmente denominado de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, tuvo en sus manos y bajo su custodia los fondos que integran la Sección de Manuscritos de nuestra Biblioteca Nacional, y, con ello, la responsabilidad de facilitar a los investigadores su conocimiento, tres caminos se abrían a su paso para el logro de este importante cometido: por medio del inventario general, por el de los catálogos parciales (de materias, de lenguas, etc.) y por el de las noticias esporádicas no sistematizadas (monografías, artículos, etc.)
Parece natural que una ordenación sistemática del tesoro de nuestros manuscritos se hubiera realizado siguiendo precisamente el mismo orden que acabamos de enunciar -—inventario general, catálogos parciales, trabajos monográficos—, al menos en sus dos primeras partes; pero también es necesario y justo reconocer las grandes dificultades de una empresa de tal naturaleza por su volumen y por la doble exigencia de múltiples especialistas y de un plan previo, tan minuciosamente estudiado en el momento de su concepción, que no corriera el riesgo de
verse expuesto a sufrir soluciones de continuidad en su desarrollo. Tal ves estas razones o cualesquiera otras, que no hace al caso analizar ahora, inclinaron el criterio selectivo hacia las dos últimas de las tres soluciones enumeradas al principio, las que, para su desarrollo, no requerían más que un solo especialista —laborioso en extremo si sólo él tomaba sobre sus hombros esta ingente carga, como ha sucedido en muchas ocasiones—, o bien aunar el esfuerzo de dos o más personas responsabilizadas de la tarea.