Tengo la pretensión de creer que lo más propio, lo más nuevo, lo más original, lo más mío que aporte a nuestra literatura sean mis poesías.
Hasta 1900, Miguel de Unamuno solo publica dos poesías en vascuence y algunas en castellano; escribe también El Cristo de Cabrera. Luego crece su afición a la poesía y hace sus primeras armas mezclando versos suyos con traducciones de poetas como, Leopardi y Coleridge. En diciembre de 1904, publica por vez primera la Oda a Salamanca, pero luego la integra con variantes al primer libro, con el sencillo título Poesías (1907). Él mismo lo llama «flores del otoño, cantos de secreto» y, a partir de entonces, no deja este quehacer literario hasta el final de su vida.
En 1911 da a la estampa su Rosario de sonetos líricos y
empieza a componer El Cristo de Velázquez (1913), un
total de 2.538 endecasílabos libres, editado en octubre
de 1920.
Inserta, también, unas poesías en sus Paisajes y visiones
españolas; en 1923 saca a la luz Rimas de dentro, y al año
siguiente, Teresa. La poesía se convierte entonces, junto
con las cartas, en una indispensable respiración vital, en
el espejo de sus penas y alegrías íntimas, de su ira y de
su rebeldía contra la dictadura. Entre 1928 y 1936, El
Cancionero reúne 1.755 poemas y canciones; es
asimismo un diario poético «canturreado con pluma
metálica» iniciado en Hendaya el 26 de febrero
de 1928 para terminarse el 28 de diciembre de 1936.