Durante toda su vida Miguel de Unamuno sintió atracción y fascinación por el teatro: su primera obra, un sainete en «jebo», El Custión de Galabasa, escrito a los 23 años, se estrenó en 1887, pero es a partir de la última década del siglo XIX cuando queda claro su anhelo de escribir dramas y, sobre todo, de representarlos.
Empieza por traducir un drama alemán de Hermann Suderman, Die Ehre, que titula La Honra y lo publica el mismo año en 18 entregas (1893). Dos años más tarde, la traducción, arreglada por Francisco Fernández Villegas y llamada El Bajo y el Principal, se estrena con bastante éxito en Madrid. A pesar de las reticencias de varios corresponsales, Unamuno persiste en su empeño y, al cabo de más de diez años, el drama, titulado finalmente La Esfinge, se representa en el teatro de Palma de Gran Canaria (1909).
Otros dos manuscritos, El pasado que vuelve y El Otro, dan
constancia del inextinguible deseo del escritor de ser drama-
turgo. En 1926, durante su destierro en Hendaya, compone
El Otro. Se estrena en 1932 en el teatro Español de Madrid por
la compañía de Margarita Xirgu y Enrique Borrás.
A pesar del poco éxito encontrado por su teatro, Miguel de
Unamuno compuso o proyectó estrenar unos veinte dramas,
todos muy difíciles de representar. En cambio, debió de mitigar
sus sinsabores el estreno en 1933, en el teatro romano de
Mérida, de su traducción de Medea, tragedia de Séneca «sin
cortes ni glosas del verso latino a prosa castellana», frente a
la flor y nata de la España republicana.