Las nuevas revistas de humor, aparecidas en los últimos años del franquismo, eran más politizadas y más críticas que sus antecesoras. Los dibujantes, con las limitaciones propias de la época, forzaron ingeniosamente los límites de la censura para anticipar veladamente la desaparición de Franco. Frente a la seriedad y las gastadas consignas políticas del régimen, la risa era una forma de rebeldía.

De manera todavía imprecisa, el futuro comenzaba a gestarse y el humor político prestó su contribución al esperado alumbramiento de la democracia. La transición germinó así con algo más de alegría.