PABLO PICASSO, vivió en Madrid durante el curso 1897-1898, y varios meses del año 1901, en que pintó La dama en azul. En Madrid, uno de los lugares que frecuentaba el pintor, era el Museo del Prado. Y dentro del Prado, los tres pintores en los cuales más se fijó, fueron El Greco, Velázquez —durante su primera estancia realizó, entre otras obras inspiradas en él, esta brillante copia de su retrato de Felipe IV, una de las dos piezas que el Museu Picasso aporta al presente diálogo, mientras la segunda pertenece a su tardío ciclo en torno a Las Meninas—, y Goya.
Si magnífico es su ciclo de cincuenta y ocho obras inspiradas en Las Meninas, espléndido es también este su único dibujo preparatorio, fechado el 16 de agosto de 1957 y donado en 2009 por Catherine Hutin. Con él demuestra que homenajear a un maestro de antaño, al maestro español por antonomasia, es compatible con la máxima libertad, esa libertad que siempre fue su Norte.
Francisco de Goya, tan caro a Picasso, había sido también un gran admirador de Velázquez. En 1800, cuando pintó La familia de Carlos IV, el aragonés hizo un claro guiño velazqueño al autorretratarse en la esquina izquierda de la escena. Unos años antes, la obra maestra del sevillano había sido versionada por Goya, circa 1778, en un espléndido aguafuerte, perteneciente a un ciclo en torno a los cuadros velazqueños de las colecciones reales. Una prueba del segundo estado de ese aguafuerte, del cual se conservan algunos dibujos preparatorios, constituye la aportación de la Biblioteca Nacional al presente diálogo. Curiosamente, esta estampa quedó excluida del ciclo por su autor, que ni la editó, ni la comercializó, perdiéndose la plancha, por lo que es mucho más rara que el resto. Se conservan tan sólo cinco pruebas de estado, incluida esta de la Biblioteca Nacional.
Velázquez, Goya, Picasso: mágica cadena española.