Museo Nacional de Escultura

Manrique escribe las Coplas a la muerte de su padre del maestro Don Rodrigo (1476), su propio padre, convirtiendo su pérdida personal en un duelo universal. En sus cuarenta estrofas - de una métrica ya ensayada por su tío, Gómez Manrique- reúne una constelación de temas de tradición, enlazados en un noble y melancólico ritmo, como ha dicho Salinas, que los rescata de la "seca costra formularia", gracias a la concentración poética, la densidad intelectual y la sencillez de palabras y frases. Los versos de Jorge Manrique llegan en una época brillante para la edición castellana. Es el caso de esta Glosa famosissima sobre las coplas de don Jorge Manrique, editada en Sevilla hacia 1508-1510 por Jacobo Cromberger, un potente impresor y librero, que dominó el negocio en Sevilla de 1504 hasta su muerte, en 1528, y fue el primer editor que llegó al Nuevo Mundo.
Puede decirse que, en cierto modo, la escultura de Gil de Ronza es la respuesta a las preguntas de Manrique sobre el paradero de las glorias terrenas. Pero si el tono del poeta se enmarca en la tradición de la elegía cristiana, esta obra de arte corresponde a otra visión que había tomado a fines de la Edad Media, un protagonismo sin precedentes. En grabados, miniaturas, capiteles, pinturas murales o retablos distintos a la muerte con mayúscula les anuncia el  Juicio Final. Encarna una categoría destina a tener gran éxito: lo macabro. Este ejemplar se inscribe en esa cultura de la muerte. Procede de una capilla funeraria encargada en 1521 por el déan Diego Vazquéz de Cepeda a un cantero francés, Ardoin de Avineo, y al entallador flamenco Gil de Ronza, qién trabajó también en Salamanca y Toledo.