En el siglo XX y en lo que va del XXI no solo existen poetas seguidores del inextinguible mensaje de Góngora, también existen filólogos (Antonio Carreira es el mayor ejemplo) que han dedicado toda o gran parte de su vida al rastreo de manuscritos de su poesía en bibliotecas de medio mundo, al objeto de poder fijar unos textos que sean de lectura fiable, para que no les pasara a nuestros contemporáneos como les sucedió a muchos escritores de principios del siglo XX, quienes, con independencia de su propio gusto poético, sufrieron la lectura de don Luis en ediciones incomprensibles.
Junto a esta labor, básica, compleja y absolutamente necesaria, debemos situar el apasionante trabajo de aquellos estudiosos que se aventuran, con mayor o menor fortuna, al esclarecimiento e interpretación de los difíciles textos de Góngora o a la investigación sobre sus contextos vitales. Se trata de un ejercicio metódico que tuvo que comenzar, ineludiblemente, por la refutación de las inercias heredadas del siglo XIX, y cuyas derivaciones críticas se han ampliado con notables resultados (Alonso, Jammes).
Tanto en estas vitrinas (ediciones) como en las paralelas (estudios), podemos contemplar una muestra mínimamente representativa de ese intenso y continuado trabajo filológico y crítico.