Imagen inmóvil y letra de don Luis

La iconografía gongorina no es muy abundante. En un romance temprano el poeta se pinta aguileño, la frente despejada, robusto, alegre, propenso a la melancolía y guasón. Pero la efigie que de él conservamos es la del Góngora postrero, que la retina de un joven Velázquez supo elevar a categoría. El retrato velazqueño, de 1622, ha servido de pauta a artistas diversos y ha marcado incluso la visión, tan extendida, de un Góngora taciturno, que la lectura de sus versos desmiente por completo. Otras representaciones de su rostro son los grabados que ilustran el manuscrito Chacón (1628) y las Lecciones solemnes de Pellicer (1630). Entre las esculturas, destaca una réplica en escayola de un original de Antonio Herrera (siglo XVII).

De su letra tenemos abundantes muestras en documentos notariales y actas capitulares, una treintena de cartas, dos testificaciones, y los escolios y versos sueltos del códice Pérez de Ribas (expuesto en una de las vitrinas de manuscritos).

En el facsímil Góngora y el señor Inquisidor, que AC/E ha publicado con motivo de esta exposición, se saca por vez primera a la luz un extenso documento de su puño y letra descubierto por Amelia de Paz.