Antonio Carreira
La difusión y transmisión poéticas en el siglo de oro ofrecen muchas variedades: obras de autores famosos que apenas circulan manuscritas, por haber sido impresas pronto, como sucede con Garcilaso, Herrera y Lope de Vega; obras de las que se hablaba casi siempre en tono elogioso, como la de Baltasar del Alcázar o la del conde de Salinas, extendidas en copias y sin embargo inéditas hasta nuestros días, o la del príncipe de Esquilache, cuya publicación por el propio poeta, ya en edad avanzada, vino a mitigar el entusiasmo del juicio emitido cuando era una incógnita. Obras muy apreciadas hoy y apenas conocidas entonces, como las de fray Luis, Francisco de la Torre, Aldana, san Juan de la Cruz o Quevedo, impresas tardíamente. Poetas famosos que fueron dejando de serlo, éditos o inéditos, así Montemayor, Padilla, Silvestre, Figueroa, Espinel, Bonilla, Ledesma, el Dr. Salinas, Antonio de Mendoza, Jerónimo de Cáncer, Polo de Medina. Otros que mantuvieron la estimación e incluso la aumentaron: Cetina, los Argensola, Arguijo, Medrano, para no hablar de poemas anónimos que solo en tiempos recientes han desvelado su autor, tales la Epístola moral a Fabio o la Canción real a una mudanza. Por medio quedan poetas que tuvieron su momento de gloria, casi siempre local: Acuña, Liñán, Espinosa, Luis Martín de la Plaza, Dr. Tejada, López de Zárate, Maluenda, Soto de Rojas, Ulloa Pereira.