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Arte a contrapié

Francesc Fontbona

El Arte —pongámoslo así, la inicial en mayúscula— siempre fue algo sacrosanto, y por inercia lo sigue siendo pese a los cambios experimentados modernamente por la sociedad. Cuando en la Antigüedad y el Medioevo el arte era preferentemente la representación de lo divino no podía ser otra cosa. Luego, en el Renacimiento, como encarnación de la Belleza ideal, abstracta, anduvo también aparejado con una cierta divinidad profana. Más adelante, cuando la revolución burguesa parecía que iba a bajar el listón de tanta solemnidad, los nuevos ricos de la cultura no quisieron renunciar a la pompa tradicional que envolvía al arte, y aunque los nuevos estilos fueran cada vez más vulgares de temática, el sacerdote que los oficiaba —el artista— no se apeaba de la alta consideración que la sociedad había atribuido ya a los creadores plásticos.

 

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