El 1 de mayo de 1937 se originaron algunas de las imágenes más aterradoras de nuestra guerra civil. Ese día, un grupo de guardias civiles, esposas e hijos, que se habían pertrechado entre las ruinas del monasterio de Nuestra Señora de la Cabeza en Córdoba, se entregaban al ejército republicano, que les llevaba meses asediando. Dos sensibles retinas pudieron contemplar estas desalentadoras imágenes, visiones, que sin lugar a duda, les acompañarían a lo largo de su vida. Uno de los dos espectadores era poeta, el otro pintor. Miguel Hernández y Luis Quintanilla coincidieron en este conmovedor espacio.